21 de Septiembre 2009
- Hace dos semanas, viajé al Ártico,
donde visité los restos de un glaciar.
Lo que hace sólo unos años era
una majestuosa masa de hielo, se había
desintegrado. No es que se derritiera gradualmente
sino que se había desintegrado.
Fueron necesarias nueve
horas de viaje en barco para alcanzar el casquete
polar desde el asentamiento humano más
septentrional del mundo. En pocos años,
quizás se pueda llegar en barco hasta
el Polo Norte sin hallar obstáculo
alguno. Es muy posible que para 2030, el hielo
prácticamente haya desaparecido del
Ártico.
Los científicos me
transmitieron sus aleccionadoras conclusiones.
El Ártico nos advierte de manera elocuente
de impactos climáticos que afectarán
a todo el mundo. Con gran inquietud observé
el ritmo acelerado de los cambios en la región
y, lo que es aún más preocupante,
la aceleración del fenómeno
del calentamiento global que provocan. El
deshielo del permafrost libera metano, un
gas de efecto invernadero 20 veces más
potente que el dióxido de carbono.
El derretimiento de los hielos de Groenlandia
amenaza con elevar el nivel del mar.
Mientras tanto, siguen aumentando
las emisiones de gases de efecto invernadero
a nivel mundial. Por ello, estoy absolutamente
convencido de que tenemos que actuar y que
tenemos que hacerlo ahora. Con este objetivo,
el 22 de septiembre he convocado en las Naciones
Unidas una cumbre especial sobre el cambio
climático, a la que están invitados
unos 100 líderes mundiales, en lo que
será el acontecimiento de ese tipo
con mayor número de jefes de Estado
y de Gobierno de la historia. El desafío
colectivo no es otro que transformar la crisis
climática en una oportunidad para lograr
un crecimiento más seguro, limpio,
sostenible y ecológico para todos.
La clave estará en
Copenhague, donde los gobiernos se reunirán
en diciembre para negociar un nuevo acuerdo
global sobre el clima. El mensaje que quiero
dirigir a los líderes es claro: el
mundo necesita su actuación decidida
para alcanzar un trato justo, efectivo y ambicioso
en Copenhague. De otro modo, tendremos que
rendir cuentas a las generaciones futuras
del costo de nuestra inacción. El cambio
climático es el principal trance geopolítico
de nuestro tiempo, que ha alterado la ecuación
mundial de desarrollo, paz y prosperidad.
Amenaza a los mercados, las economías
y los beneficios del desarrollo, y puede diezmar
las reservas de agua y alimentos, provocar
conflictos y migraciones, desestabilizar las
sociedades más frágiles e incluso
derrocar gobiernos.
¿Conclusiones exageradas?
No, según los científicos más
eminentes del mundo. El Grupo Intergubernamental
de Expertos sobre el Cambio Climático
ha afirmado que en los próximos 10
años las emisiones de gases de efecto
invernadero deben alcanzar su techo, si no
queremos desencadenar poderosas fuerzas naturales.
Esos 10 años pasarán antes de
que termine la vida política de muchos
de los asistentes a la cumbre. Así
pues, el drama de la crisis climática
se está desarrollando ante sus ojos.
Pero existe una alternativa:
el crecimiento sostenible basado en tecnologías
y políticas ecológicas que promuevan
una reducción de las emisiones frente
a los modelos actuales, generadores de grandes
cantidades de dióxido de carbono. Muchos
de los paquetes de estímulo económico
elaborados por los países a raíz
de la crisis económica mundial incorporan
un importante componente ecológico
que crea empleo y prepara a los países
para colocarse en la vanguardia de la nueva
economía del siglo XXI, basada en la
energía limpia.
Se respira el cambio. La
clave se encuentra en un acuerdo global sobre
el clima para reducir las emisiones de gases
de efecto invernadero y limitar el aumento
de las temperaturas del planeta hasta niveles
científicamente seguros. Un pacto que
catalice el crecimiento de las energías
limpias; y, más urgente, un acuerdo
que proteja y preste asistencia a los más
vulnerables frente a los inevitables impactos
climáticos. Lo que se requiere es voluntad
política al más alto nivel,
que se traduzca en avances rápidos
en las negociaciones. Se precisa mayor confianza
entre las naciones y más imaginación,
ambición y cooperación.
Espero que los líderes
pongan manos a la obra y que sus conversaciones
no sean un diálogo de sordos, que se
esfuercen por resolver los principales problemas
políticos que frenan las negociaciones
mundiales. Los intereses a largo plazo del
planeta tienen que primar sobre el oportunismo
político del momento. Los dirigentes
de los países deben actuar como líderes
mundiales y asumir una perspectiva de futuro.
Si las amenazas actuales trascienden fronteras
también nuestra visión debe
trascenderlas.
No es preciso resolver en
Copenhague todos los detalles. Pero el éxito
de un acuerdo global sobre el clima exige
la participación de todos los países,
según sus posibilidades, en pro de
un objetivo común y a largo plazo.
He aquí los parámetros que en
mi opinión determinarán tal
éxito: En primer lugar, cada país
debe hacer todo lo posible por reducir las
emisiones procedentes de las principales fuentes.
Los países industrializados han de
reforzar sus objetivos de mitigación
y los países en desarrollo deben frenar
el ritmo al que aumentan sus emisiones y acelerar
el crecimiento ecológico, como parte
de sus estrategias para reducir la pobreza.
En segundo lugar, para que
el acuerdo sea satisfactorio debe ayudar a
los más vulnerables a adaptarse a los
impactos inevitables del cambio climático.
En tercer lugar, los países
en desarrollo necesitan fondos y tecnología
para avanzar más rápidamente
hacia un modelo de crecimiento con emisiones
bajas. El acuerdo también debe abrir
puertas a la inversión privada, entre
otras cosas por medio de mercados del carbono.
Y en cuarto lugar, los recursos deben gestionarse
de manera equitativa y asignarse de tal manera
que todos los países puedan hacer oír
su voz.
Este año en Copenhague
tendremos una gran oportunidad para que la
historia nos dé la razón. No
sólo es posible evitar el desastre,
sino iniciar una transformación fundamental
de la economía mundial. Los nuevos
vientos políticos soplan a nuestro
favor y millones de ciudadanos están
movilizándose. Las empresas más
avispadas están trazando un nuevo rumbo
de energía limpia. Debemos aprovechar
esta situación para ser audaces frente
al cambio climático. Puede que esta
oportunidad no vuelva a presentarse en mucho
tiempo.
El cambio se respira en el ambiente. Sellemos
el acuerdo que nos permita lograr un futuro
mejor para todos.
• El autor es secretario
general de las Naciones Unidas
Hollywood se une a los políticos,
artistas y ambientalistas en una agresiva
campaña de las Naciones Unidas para
combatir el Cambio Climatico